Y dónde sigo buscando el amor, ese amor que no tengo, que no detecto, que huye de mi cuando lo quiero abrazar.
Y dónde sigo husmeando, metiendo mis narices, gritando que no puedo, gritando que si lo puedo; que lo reclamo, que le digo recibe posada gratuita en mi casa, recibe de mi todo lo que tengo aunque no sea mucho es lo selecto que poseo, el néctar esencial, la vida que me aflora, que me sostiene.
Y dónde sigo llamando, y dónde sigo llorando, porque no hay rincón que no posea mis lágrimas, no hay lugar tal que se haya huido de mis quejas, de mis dolores, de mis rencores interiores, de auto infligirme compasión, que no la merezco.
Y dónde te encuentro a ti que te me huyes otra vez, que te me vas como peor que el viento entre las manos, que te me vas peor que un sustento amarrado como con aceites selectos.
Yendo y viniendo mi vida, viendo mis fotos y mis risas, viendo mis fotos y mis sentires certeros en la mirada aún en mi ojos plasmados, aún veo el ayer pasajero, latente dentro, donde no se lee, donde no se sabe, donde nadie canta, donde nadie llora, donde solo es mi espacio y ella es para conmigo.
No hay dolor más inmortal que aquel que no me puedo curar ni aún con la medicina aplicada a su máxima potencia, porque más que vivir alimentándose de mi, vive como causa tal incrustada en rincón privado.
No hay sitio de descanso, de sosiego
simplemente ya nada hay cuando mi corazón se ha llenado de cualquier cosa menos de pasión, menos del verbo amar, nutrido con la palabra compañía.
Puedo volar por ti estando sin ti.
Aún sin ti en mi aún, aún ahí puedo soñar.
Puedo volar por ti, planear el cielo con su azul inmortal, puedo ver tu mirada, abrazarme a ella y morir ahí, en ese perdón que no pedí ayer.
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