viernes, 16 de julio de 2010
La Casa Maldita
Érase una vez una casa maldita
sus habitantes temblaban y todo les iba mal.
Érase una vez esta casa maldita
sus ocupantes todo hacían y nada a ellos les salía.
Se lloraban, rezaban, se golpeaban el pecho
y gritaban a los vientos por qué, por qué
Érase una vez que estos mismos habitantes
dejaron de hacer cosas buenas sin saber.
Sus bocas vociferaban blasfemias
sus almas danzaban en la maldad
y se decían siempre lo mismo en torno a ellas
es la casa, es la casa, que mas da!
Érase una vez que un hechicero por esos lares pasó
y descansó en la noche, cansado de su andar
y reposó su cuerpo y estiró sus piernas
y adivinen dónde fue!
en la casa maldita nada más.
El hechicero tenía su fama de sensibilidad
y tal era su eficacia que con solo verte el sabía de tu maldad.
Todos asombrados por la mañana observaron al famoso hechicero
durmiendo con linda paz al costado de la maldita casa.
Pasaron curiosos por ahí a tocar la puerta de la posada
a esperar con ansias para hablar con sus habitantes
tocaron y tocaron la puerta mas no hubo respuesta
pues ellos ahí no se encontraban.
El hechicero entonces despertó y se alteró ante la multitud
preguntó asombrado que era lo que ahí pasaba
El pueblo comentó excitado todo lo que en aquella casa pasaba
sus habitantes no prosperaban y solo peleas ahí se daban
con nadie ellos se llevaban
y sus bocas solo pestes vociferaban.
El hechicero entonces dijo
me he reposado sobre esta casa porque ha sido donde más calma yo sentí
y no he hallado maldición en ella, ni brujería; tan solo paz, tan solo paz
y las maldiciones no se van así nomás
y las brujerías no mueren nomás chistar.
Enseñó entonces a los que ahí estaban
que no había maldición más grande que la de la propia alma
la que imponemos nosotros mismos con nuestras quejas y tristezas
las que alojamos en nuestras casas por propia cuenta.
Enseñó también que el mal existe y el se deleita con quién le cree
y se ufana de su magnificiencia con quién lo invoca.
Ha de llover la dicha de la paz si dejamos de culpar a los demás
Ha de llover lo práctico de la alegría si es sencillo el corazón
y busca quieto del alimento bueno.
Aún en desazones y desesperanzas no hay peor maldición
que la que nos la imponemos.
Y diciendo esto último el hechicero tomó sus cosas
esbozó una sonrisa a todos y se marchó lento, con paso suave.
Los vecinos sus caras se vieron y comprendieron sus palabras
muy gentiles se despidieron y regresó cada uno a su propia casa
a seguir su día a día, a enfrentarse a su diario hacer
con otra mirada tal vez; con otras ganas quizás.
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